SER HUMANO EN ROUSSEAU
Rousseau ofrece una visión radicalmente distinta de la naturaleza humana en comparación
con Hobbes y Locke. En su estado de naturaleza, el hombre se concibe como un “buen
salvaje”: un ser dotado de amor de sí, es decir, una inclinación natural a disfrutar de su
propia existencia y a preservarla, y de compasión, que le impulsa a sentir el dolor ajeno
como propio y a solidarizarse con sus semejantes. En este estado primitivo, el hombre es
solitario, no ambicioso y se conforma con tener sus necesidades básicas satisfechas, sin la
presión de compararse o competir con otros, lo que le permite vivir de manera sencilla y
pacífica.
Sin embargo, la situación cambia cuando el entorno natural deja de ser tan abundante y el
hombre, para subsistir, se ve forzado a cooperar. Los primeros individuos que se asocian
para satisfacer necesidades comunes forman comunidades igualitarias en las que todo es
compartido, incluso la tierra, pues para ellos “la tierra no es de nadie y sus frutos son de
todos”. Esta etapa, a la que Rousseau llama la “edad dorada”, es la manifestación de la
humanidad en su forma más pura, donde la compasión y el amor de sí gobiernan sin la
corrupción de la comparación o la competencia.
El verdadero problema del ser humano, según Rousseau, surge con la introducción de la
propiedad privada. Cuando uno de los miembros de la comunidad se atreve a cercar un
terreno y a proclamar “esto es mío”, se inicia la transformación de la sociedad. La propiedad
privada trae consigo la desigualdad, ya que rompe el equilibrio natural y provoca el
surgimiento del amor propio en una forma corrupta. Este “amor propio”, distinto del amor de
sí natural, se alimenta de la comparación constante con los demás y de la ambición
desmedida de destacar y acumular, lo cual genera envidia, codicia, ambición, y otros vicios
que erosionan la moralidad original del hombre.
La civilización, impulsada por el desarrollo de las ciencias, las artes y la razón, contribuye a
profundizar esta corrupción. Mientras que la razón, en el estado natural, servía únicamente
para comprender y disfrutar de la existencia, en la sociedad civil se vuelve taimada y se
utiliza para justificar deseos desordenados y para sofocar el sentimiento natural de
compasión. Rousseau advierte que los logros técnicos y culturales, en vez de elevar la
virtud, en muchas ocasiones facilitan el engaño, la simulación y la opresión, disfrazando las
cadenas que mantienen al hombre en una posición de sumisión.
Ante este panorama, Rousseau sostiene que la solución pasa por la refundación de la
sociedad sobre cimientos genuinamente humanos. Propone un contrato social en el que la
asamblea legisladora, compuesta por todos los ciudadanos, exprese la voluntad general y
garantice la igualdad. Este contrato no es el resultado de un acuerdo hipotético del estado
de naturaleza, sino el fruto de la necesidad de preservar la libertad y la dignidad frente a los
males generados por la desigualdad y el egoísmo exacerbado. Para ello, la educación debe
ser cuidadosamente diseñada: en la primera fase, debe proteger al niño de los vicios y
errores del ambiente corrupto, permitiéndole mantener intacta su bondad natural hasta que
se le pueda elevar al nivel de la virtud.
SOCIEDAD ROUSSEAU
Rousseau ofrece una visión radicalmente distinta de la naturaleza humana en comparación
con Hobbes y Locke. En su estado de naturaleza, el hombre se concibe como un “buen
salvaje”: un ser dotado de amor de sí, es decir, una inclinación natural a disfrutar de su
propia existencia y a preservarla, y de compasión, que le impulsa a sentir el dolor ajeno
como propio y a solidarizarse con sus semejantes. En este estado primitivo, el hombre es
solitario, no ambicioso y se conforma con tener sus necesidades básicas satisfechas, sin la
presión de compararse o competir con otros, lo que le permite vivir de manera sencilla y
pacífica.
Sin embargo, la situación cambia cuando el entorno natural deja de ser tan abundante y el
hombre, para subsistir, se ve forzado a cooperar. Los primeros individuos que se asocian
para satisfacer necesidades comunes forman comunidades igualitarias en las que todo es
compartido, incluso la tierra, pues para ellos “la tierra no es de nadie y sus frutos son de
todos”. Esta etapa, a la que Rousseau llama la “edad dorada”, es la manifestación de la
humanidad en su forma más pura, donde la compasión y el amor de sí gobiernan sin la
corrupción de la comparación o la competencia.
El verdadero problema del ser humano, según Rousseau, surge con la introducción de la
propiedad privada. Cuando uno de los miembros de la comunidad se atreve a cercar un
terreno y a proclamar “esto es mío”, se inicia la transformación de la sociedad. La propiedad
privada trae consigo la desigualdad, ya que rompe el equilibrio natural y provoca el
surgimiento del amor propio en una forma corrupta. Este “amor propio”, distinto del amor de
sí natural, se alimenta de la comparación constante con los demás y de la ambición
desmedida de destacar y acumular, lo cual genera envidia, codicia, ambición, y otros vicios
que erosionan la moralidad original del hombre.
La civilización, impulsada por el desarrollo de las ciencias, las artes y la razón, contribuye a
profundizar esta corrupción. Mientras que la razón, en el estado natural, servía únicamente
para comprender y disfrutar de la existencia, en la sociedad civil se vuelve taimada y se
utiliza para justificar deseos desordenados y para sofocar el sentimiento natural de
compasión. Rousseau advierte que los logros técnicos y culturales, en vez de elevar la
virtud, en muchas ocasiones facilitan el engaño, la simulación y la opresión, disfrazando las
cadenas que mantienen al hombre en una posición de sumisión.
Ante este panorama, Rousseau sostiene que la solución pasa por la refundación de la
sociedad sobre cimientos genuinamente humanos. Propone un contrato social en el que la
asamblea legisladora, compuesta por todos los ciudadanos, exprese la voluntad general y
garantice la igualdad. Este contrato no es el resultado de un acuerdo hipotético del estado
de naturaleza, sino el fruto de la necesidad de preservar la libertad y la dignidad frente a los
males generados por la desigualdad y el egoísmo exacerbado. Para ello, la educación debe
ser cuidadosamente diseñada: en la primera fase, debe proteger al niño de los vicios y
errores del ambiente corrupto, permitiéndole mantener intacta su bondad natural hasta que
se le pueda elevar al nivel de la virtud.
SOCIEDAD ROUSSEAU
