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Sumario Problemas David Hume

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Problemas David Hume

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CONOCIMIENTO HUME

David Hume lleva el problema del conocimiento y la realidad a un nivel radicalmente
empirista, partiendo de la idea de que todo contenido mental proviene de la experiencia y
que no existen ideas innatas. Para él, la mente se compone de percepciones que se
clasifican de diversas maneras. En primer lugar, se diferencian según su grado de
vivacidad: las impresiones son las sensaciones inmediatas, vívidas y potentes que
experimentamos directamente—como el dolor, la alegría o el color intenso de un
objeto—mientras que las ideas son copias más débiles y menos intensas de esas
impresiones. Esta distinción es crucial, pues fundamenta la creencia de que nuestras ideas,
por muy abstractas que resulten, derivan siempre de una experiencia previa.

Además, Hume clasifica las percepciones según su procedencia en la experiencia: existen
las percepciones de sensación, aquellas que surgen directamente de los sentidos (como la
vista, el oído o el tacto), y las percepciones de reflexión, que son estados mentales
derivados de la contemplación de nuestras propias emociones, pensamientos y actos. De
esta manera, todo nuestro conocimiento se origina en lo externo o en la introspección,
nunca en ideas previas al mundo.

La tercera clasificación se refiere a la composición de las percepciones: se distinguen entre
percepciones simples, que son indivisibles y básicas, y percepciones complejas, que se
forman a partir de la combinación de ideas simples mediante la imaginación. Esta
combinación se rige por leyes naturales, como la de semejanza, contigüidad y causa-efecto,
lo que explica cómo pasamos de experiencias puntuales a ideas más elaboradas y
abstractas.

Hume extiende esta clasificación a los juicios, que son enunciados que relacionan
percepciones. Aquí distingue dos tipos: las relaciones de ideas, que son juicios necesarios,
universales y a priori—como en matemáticas o lógica—y las cuestiones de hecho, que son
juicios contingentes y a posteriori, basados en la observación del mundo. Mientras que los
primeros nos aseguran verdades que son inmutables, los segundos están sujetos a la
incertidumbre y a la falibilidad, pues se basan en la experiencia, la cual puede variar.

El problema de la causalidad ilustra de manera dramática la postura escéptica de Hume.
Según el principio empirista fundamental, solo son legítimas aquellas ideas que se derivan
de una impresión. Sin embargo, al analizar la causalidad, Hume observa que, aunque
solemos decir que un evento causa otro—por ejemplo, que el fuego calienta el agua—no se
percibe ninguna conexión necesaria entre causa y efecto. Lo único que observamos es la
sucesión temporal de los fenómenos. La creencia en una conexión causal necesaria surge
únicamente del hábito o costumbre, al ver repetidamente que ciertos eventos siguen a otros.
Así, lo que llamamos “causalidad” es en realidad una construcción mental, un sentimiento
que surge de la experiencia repetida, pero que carece de fundamento racional absoluto.

Esta crítica tiene profundas implicaciones para la ciencia y la metafísica. Las leyes
causales, en lugar de ser verdades universales, son simplemente creencias probables
basadas en la repetición de hechos, lo que hace que cualquier afirmación de conocimiento
absoluto sea dudosa. Hume aplica su principio empirista para cuestionar conceptos
fundamentales como la sustancia extensa, la sustancia infinita (Dios) y la sustancia

, pensante (yo). Según él, estas ideas no se derivan de impresiones directas, por lo que
carecen de legitimidad y son, en última instancia, construcciones útiles pero infundadas.

DIOS Y RELIGIÓN HUME

David Hume aborda el problema de Dios y la religión desde una perspectiva escéptica y
empirista, cuestionando tanto la credibilidad de los milagros como los argumentos
tradicionales para la existencia de un ser supremo. En la tradición cristiana, se afirma que
las Escrituras son revelaciones divinas y que los milagros—hechos sobrenaturales que
violan las leyes de la Naturaleza—demuestran que Cristo posee un poder divino. Por
ejemplo, en el evangelio de San Juan, Nicodemo reconoce que nadie podría realizar tales
prodigios sin la intervención de Dios. Sin embargo, Hume desafía esta visión señalando que
los testimonios que respaldan los milagros pueden originarse en la credulidad de las masas,
en ilusiones, en autoengaños inducidos por deseos o incluso en fraudes bien intencionados.
Para Hume, el hecho de que existan relatos milagrosos en distintas religiones, todos
respaldados por testimonios de similar naturaleza, refuerza la posibilidad de que dichos
eventos sean explicables mediante fenómenos naturales o psicológicos, y no
necesariamente por una intervención divina.

Asimismo, Hume examina la llamada “religión natural” del siglo XVIII, que pretendía
fundamentar la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la recompensa moral en la otra
vida a partir de creencias racionales comunes, sin recurrir a revelaciones sobrenaturales.
Sin embargo, para él, esta religión natural carece de respaldo tanto en la razón como en la
experiencia. La insistencia en la fe ciega en contenidos revelados, según Hume, ha
conducido históricamente a conflictos y a una intolerancia que han tenido efectos negativos
en la sociedad. La amenaza de castigos infinitos y la exaltación de la grandeza divina han
generado un miedo paralizante en el ser humano, desalentándolo de superarse y
justificando la inactividad y la resignación. Además, la religión ha sido utilizada por los
poderosos como instrumento de control y dominación, aprovechándose del temor y la
ignorancia para mantener a las masas sometidas.

En cuanto a los argumentos tradicionales para demostrar la existencia de Dios, Hume los
rechaza uno a uno. Los argumentos cosmológicos, que parten de efectos perceptibles y
remiten a una causa primera, se basan en el principio de causalidad; sin embargo, Hume
sostiene que este principio no es una verdad necesaria, sino una costumbre derivada de la
repetición de sucesos. Es concebible, según él, que el universo sea eterno y que la cadena
de causas y efectos sea infinita, prescindiendo de una causa primera. El argumento
ontológico, que postula que la mera idea del ser más perfecto implica su existencia, es
igualmente inválido para Hume, pues la idea de existencia no es lo mismo que la existencia
real. Por último, el “argumento del designio” o de la teleología, que apela a la necesidad de
un diseñador para explicar el orden del cosmos, es inconcluyente. El orden observado
podría ser producto de un movimiento eterno y no necesariamente de la acción de un
diseñador perfecto; además, la presencia del mal en el mundo pone en duda la perfección y
la bondad del supuesto diseñador.

Finalmente, Hume concluye que, respecto a la existencia de Dios, la postura más razonable
es el agnosticismo o la suspensión del juicio. La creencia en Dios, según Hume, surge de la
psicología humana y de la necesidad de explicar los acontecimientos inciertos mediante la
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