ORATORIA
1. Características generales
La oratoria romana se erige como un arte central en la vida pública de Roma, reflejando no solo una
habilidad técnica, sino también un instrumento de poder político, influencia social y expresión
cultural. Las características generales de la oratoria romana son:
- Influencia griega y desarrollo teórico: La oratoria romana se nutrió de la teoría y práctica
retórica de la tradición griega. La retórica griega proporcionó técnicas esenciales para estructurar
discursos, hacerlos más efectivos y maximizar su impacto persuasivo. Se incorporaron conceptos
fundamentales como el logos (argumentación lógica), pathos (emoción) y ethos (credibilidad del
orador).
- Finalidad práctica y persuasiva: La oratoria romana tenía una clara orientación práctica. Se
empleaba principalmente en contextos judiciales, políticos y ceremoniales con el objetivo de
influir en las decisiones de audiencias específicas, ya fueran jueces, senadores o la masa popular.
El arte de persuadir mediante la palabra era esencial para alcanzar posiciones de poder y
reconocimiento en la sociedad.
- Estructura formal del discurso: La organización de los discursos seguía una estructura fija
basada en la dispositio:
• Exordium: Introducción que captaba la atención y predisponía favorablemente al público. •
Narratio: Presentación clara y ordenada de los hechos.
• Argumentatio: Desarrollo de los argumentos (confirmatio) y refutación de las posturas
opuestas (refutatio).
• Peroratio: Conclusión emotiva que buscaba reforzar el mensaje y movilizar a la audiencia.
- Estilos oratorios diversos: La oratoria romana exhibía variaciones estilísticas según la escuela
retórica seguida. Estas tendencias reflejaban preferencias personales y contextos culturales. •
Aticista: Sobriedad, concisión y precisión.
• Asianista: Exuberancia estilística y uso de figuras retóricas llamativas.
- Uso magistral del lenguaje: La riqueza léxica y las figuras retóricas eran distintivos de la oratoria
romana. Los oradores empleaban herramientas como:
• Anáfora: Repetición para enfatizar ideas.
• Ironía: Ridiculización sutil del adversario.
• Prosopopeya: Dramatización de discursos ficticios.
- Ética y autoridad del orador: La credibilidad del orador era esencial. Este debía proyectar una
imagen de virtud, sabiduría y compromiso con los valores republicanos. El ethos del orador se
construía a través de su conducta, reputación y habilidad para demostrar sinceridad en su
discurso.
- Adaptación al público: Los oradores romanos adaptaban su estilo, contenido y tono al contexto y
al tipo de audiencia. En el Senado, el lenguaje era más técnico y exclusivo, mientras que en las
asambleas populares se usaban expresiones más accesibles y emocionales. La gestualidad
(actio), entonación y pausas eran elementos clave de la presentación.
- Carácter competitivo y polémico: La oratoria se desarrollaba en un entorno competitivo, donde
, los oradores recurrían frecuentemente a ataques personales, sátiras y ridiculizaciones para
desacreditar a sus oponentes. Este enfoque dialéctico reflejaba la naturaleza conflictiva de la
política y la vida pública romana.
43
- Función social y política: La oratoria era un instrumento indispensable en la República para
influir en las decisiones del Senado y las asambleas populares. Además de su relevancia política,
la oratoria tenía una función judicial al convencer a los jueces en pleitos legales y una dimensión
social al moldear la opinión pública.
- Evolución hacia un género literario: Con la transición hacia la época imperial, la oratoria perdió
su carácter predominantemente político y se formalizó como un género académico y literario. Se
practicaba principalmente en escuelas de retórica, donde se buscaba perfeccionar el estilo y la
técnica, alejándose de la práctica política activa.
Estas características consolidaron la oratoria como una de las expresiones culturales más sofisticadas
de la Roma antigua, siendo un reflejo de su sociedad y un vehículo para la acción política, judicial y
cultural.
2. Autores y obras
CICERÓN, CATILINARIAS
Libro I, 1-5, Invectiva contra Catilina
1. ¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuándo nos veremos libres de tus
sediciosos intentos? ¿A qué extremos sé arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la
nocturna guardia del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de
todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar donde el Senado se reúne, ni las miradas y
semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves
tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que
has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a quiénes convocaste y qué resolviste? ¡Oh
qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y, sin embargo, Catilina vive!
¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota
los que de nosotros designa a la muerte. ¡Y nosotros, varones fuertes, creemos satisfacer a la
república previniendo las consecuencias de su furor y de su espada! Ha tiempo, Catilina, que por
orden del cónsul debiste ser llevado al suplicio para sufrir la misma suerte que contra todos
nosotros, también desde hace tiempo, maquinas.
Un ciudadano ilustre, P. Escipión, pontífice máximo, sin ser magistrado hizo matar a Tiberio Graco
por intentar novedades que alteraban, aunque no gravemente, la constitución de la república; y a
Catilina, que se apresta a devastar con la muerte y el incendio el mundo entero, nosotros, los
cónsules, ¿no le castigaremos? Prescindo de ejemplos antiguos, como el de Servilio Ahala, que por
su propia mano dio muerte a Espurio Melio porque proyectaba una revolución. Hubo, sí, hubo en
otros tiempos en esta república la norma de que los varones esforzados impusieran mayor castigo a
los ciudadanos perniciosos que a los más acerbos enemigos. Tenemos contra ti, Catilina, un
severísimo decreto del Senado; no falta a la república ni el consejo ni la autoridad de este alto
cuerpo; nosotros, francamente lo digo, nosotros los cónsules somos quienes la faltamos.
2. En pasados tiempos decretó un día el Senado que el cónsul Opimio cuidara de la salvación de la
república, y antes de que pasara una sola noche había sido muerto Cayo Graco por sospechas de
1. Características generales
La oratoria romana se erige como un arte central en la vida pública de Roma, reflejando no solo una
habilidad técnica, sino también un instrumento de poder político, influencia social y expresión
cultural. Las características generales de la oratoria romana son:
- Influencia griega y desarrollo teórico: La oratoria romana se nutrió de la teoría y práctica
retórica de la tradición griega. La retórica griega proporcionó técnicas esenciales para estructurar
discursos, hacerlos más efectivos y maximizar su impacto persuasivo. Se incorporaron conceptos
fundamentales como el logos (argumentación lógica), pathos (emoción) y ethos (credibilidad del
orador).
- Finalidad práctica y persuasiva: La oratoria romana tenía una clara orientación práctica. Se
empleaba principalmente en contextos judiciales, políticos y ceremoniales con el objetivo de
influir en las decisiones de audiencias específicas, ya fueran jueces, senadores o la masa popular.
El arte de persuadir mediante la palabra era esencial para alcanzar posiciones de poder y
reconocimiento en la sociedad.
- Estructura formal del discurso: La organización de los discursos seguía una estructura fija
basada en la dispositio:
• Exordium: Introducción que captaba la atención y predisponía favorablemente al público. •
Narratio: Presentación clara y ordenada de los hechos.
• Argumentatio: Desarrollo de los argumentos (confirmatio) y refutación de las posturas
opuestas (refutatio).
• Peroratio: Conclusión emotiva que buscaba reforzar el mensaje y movilizar a la audiencia.
- Estilos oratorios diversos: La oratoria romana exhibía variaciones estilísticas según la escuela
retórica seguida. Estas tendencias reflejaban preferencias personales y contextos culturales. •
Aticista: Sobriedad, concisión y precisión.
• Asianista: Exuberancia estilística y uso de figuras retóricas llamativas.
- Uso magistral del lenguaje: La riqueza léxica y las figuras retóricas eran distintivos de la oratoria
romana. Los oradores empleaban herramientas como:
• Anáfora: Repetición para enfatizar ideas.
• Ironía: Ridiculización sutil del adversario.
• Prosopopeya: Dramatización de discursos ficticios.
- Ética y autoridad del orador: La credibilidad del orador era esencial. Este debía proyectar una
imagen de virtud, sabiduría y compromiso con los valores republicanos. El ethos del orador se
construía a través de su conducta, reputación y habilidad para demostrar sinceridad en su
discurso.
- Adaptación al público: Los oradores romanos adaptaban su estilo, contenido y tono al contexto y
al tipo de audiencia. En el Senado, el lenguaje era más técnico y exclusivo, mientras que en las
asambleas populares se usaban expresiones más accesibles y emocionales. La gestualidad
(actio), entonación y pausas eran elementos clave de la presentación.
- Carácter competitivo y polémico: La oratoria se desarrollaba en un entorno competitivo, donde
, los oradores recurrían frecuentemente a ataques personales, sátiras y ridiculizaciones para
desacreditar a sus oponentes. Este enfoque dialéctico reflejaba la naturaleza conflictiva de la
política y la vida pública romana.
43
- Función social y política: La oratoria era un instrumento indispensable en la República para
influir en las decisiones del Senado y las asambleas populares. Además de su relevancia política,
la oratoria tenía una función judicial al convencer a los jueces en pleitos legales y una dimensión
social al moldear la opinión pública.
- Evolución hacia un género literario: Con la transición hacia la época imperial, la oratoria perdió
su carácter predominantemente político y se formalizó como un género académico y literario. Se
practicaba principalmente en escuelas de retórica, donde se buscaba perfeccionar el estilo y la
técnica, alejándose de la práctica política activa.
Estas características consolidaron la oratoria como una de las expresiones culturales más sofisticadas
de la Roma antigua, siendo un reflejo de su sociedad y un vehículo para la acción política, judicial y
cultural.
2. Autores y obras
CICERÓN, CATILINARIAS
Libro I, 1-5, Invectiva contra Catilina
1. ¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuándo nos veremos libres de tus
sediciosos intentos? ¿A qué extremos sé arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la
nocturna guardia del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de
todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar donde el Senado se reúne, ni las miradas y
semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves
tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que
has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a quiénes convocaste y qué resolviste? ¡Oh
qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y, sin embargo, Catilina vive!
¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota
los que de nosotros designa a la muerte. ¡Y nosotros, varones fuertes, creemos satisfacer a la
república previniendo las consecuencias de su furor y de su espada! Ha tiempo, Catilina, que por
orden del cónsul debiste ser llevado al suplicio para sufrir la misma suerte que contra todos
nosotros, también desde hace tiempo, maquinas.
Un ciudadano ilustre, P. Escipión, pontífice máximo, sin ser magistrado hizo matar a Tiberio Graco
por intentar novedades que alteraban, aunque no gravemente, la constitución de la república; y a
Catilina, que se apresta a devastar con la muerte y el incendio el mundo entero, nosotros, los
cónsules, ¿no le castigaremos? Prescindo de ejemplos antiguos, como el de Servilio Ahala, que por
su propia mano dio muerte a Espurio Melio porque proyectaba una revolución. Hubo, sí, hubo en
otros tiempos en esta república la norma de que los varones esforzados impusieran mayor castigo a
los ciudadanos perniciosos que a los más acerbos enemigos. Tenemos contra ti, Catilina, un
severísimo decreto del Senado; no falta a la república ni el consejo ni la autoridad de este alto
cuerpo; nosotros, francamente lo digo, nosotros los cónsules somos quienes la faltamos.
2. En pasados tiempos decretó un día el Senado que el cónsul Opimio cuidara de la salvación de la
república, y antes de que pasara una sola noche había sido muerto Cayo Graco por sospechas de