El término transhumanismo nace en 1957 de la mano del británico Julian Huxley, un biólogo
que considera que los seres humanos deben mejorarse con la ciencia y la tecnología. Es una
corriente cultural y filosófica, también considerada como utopía, que se fundamenta en la idea
de que la forma más rápida y eficaz para mejorar las capacidades naturales humanas (físicas y
psicológicas o intelectuales) es a través del progreso tecnológico y, de forma eventual, la
separación de la mente del cuerpo humano. El mensaje es que los humanos pueden
convertirse en seres muy superiores a lo que son en la actualidad y además vivir para siempre.
No hay límites a la transformación tecnológica para perfeccionar a los seres humanos.
El transhumanismo tiene un Manifiesto de ocho puntos, uno de los cuales habla del “derecho
moral” a utilizar la tecnología para ampliar las capacidades físicas y mentales de los seres
humanos, convertirlos en superinteligentes, y para controlar sus vidas haciéndoles más
longevos. Esto supone una evolución humana a dos ritmos. Las personas con mayor nivel
económico e intelectual podrían elegir evolucionar como especie humana, con más calidad de
vida, mayor inteligencia, frente a otras personas, con menos recursos, que no evolucionarían a
ese ritmo.
Así podría surgir una nueva clase social, rica y con genes más perfectos, con características
perfectas que podrían transmitir incluso a sus descendientes. Aumentar estas capacidades,
desde un punto de vista biológico y ético, es entrar en un territorio muy peligroso que causa
miedos. Y pueden producirse abusos.
Los humanos se convertirían en puros artefactos, dispositivos tecnológicos al servicio del
mercado. Y el mundo, lejos de lograr un mayor bienestar, sería menos justo y menos seguro.
Mejorar la humanidad a través de la ciencia y la tecnología puede cambiarnos
radicalmente. Sería un nuevo principio que empezaría con el fin de la humanidad como la
conocemos. Muchos transhumanistas consideran que esto no solo es deseable, sino además
inevitable.