DESCARTES
Las tres sustancias
Siguiendo las reglas del método, Descartes constata la existencia de una certeza
indubitable: el “yo pienso”. Pero, ¿qué es ese yo que piensa? Para él, lo único que podemos
saber con seguridad es que el yo es una cosa o sustancia que piensa. La sustancia
pensante es el alma o el espíritu, cuyo atributo esencial es el pensamiento.
El yo es, pues, un alma, pero no en el sentido aristotélico de principio de vida de un cuerpo,
sino que es un espíritu puro totalmente distinto del cuerpo. Porque todavía Descartes duda
de la existencia de los cuerpos, pero ya está seguro de la existencia del espíritu. Así, el
espíritu es inmortal y se define como algo totalmente heterogéneo respecto al cuerpo. De
este dualismo se seguirá toda la problemática de la comunicación de las dos sustancias.
Por otra parte, este espíritu tiene ideas innatas. Posee, en particular, la idea de perfección,
es decir, la idea de Dios. De ahí afirma la existencia de Dios, que demostrará de tres
maneras.
En primer lugar, del yo, que es finito, no puede surgir la idea de Dios, que es infinito. Por
consiguiente, nuestra idea de lo infinito no puede tener otra causa que una realidad infinita.
Por tanto, existe Dios, como causa de la idea de Dios que existe en nuestro interior.
En segundo lugar, la causa de mi existencia no puede ser algo material, puesto que yo soy
pensamiento. Por otra lado, yo tampoco puedo ser causa de mi existencia. Si me hubiera
dado el ser a mí mismo, me hubiera hecho perfecto e inmortal, ya que quien puede dar el
ser, también ha de ser capaz de darse a sí mismo todas las perfecciones. Luego solo Dios
puede ser causa de mi existencia y, por lo tanto, existe.
Este argumento supone que Descartes juzgó a Dios como causa de sí mismo (“causa sui”),
a diferencia de toda la tradición filosófica anterior, que lo concebía como causa incausada.
Por último, Descartes ofrece una versión del argumento ontológico de San Anselmo.
Tenemos la idea innata del ser sumamente perfecto. Pero es más perfecto existir en el
pensamiento y en la realidad que solo en el pensamiento. Luego la idea de Dios no puede
existir solo en mi espíritu, sino también en la realidad. De no ser así, esa idea ya no sería la
del ser máximamente perfecto.
Descartes no se detuvo a analizar la esencia divina, ya que los atributos esenciales que
definen a Dios son muy claros: la perfección y la infinitud. Sin embargo, lo describió como
una sustancia eterna, inmutable, independiente, omnisciente, todopoderosa y creadora de
todas las cosas que existen.
A continuación, se propuso determinar en qué consisten los cuerpos. La primera idea clara
y distinta que aparece en nuestra mente referida a los objetos materiales es la extensión en
el espacio.
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Las tres sustancias
Siguiendo las reglas del método, Descartes constata la existencia de una certeza
indubitable: el “yo pienso”. Pero, ¿qué es ese yo que piensa? Para él, lo único que podemos
saber con seguridad es que el yo es una cosa o sustancia que piensa. La sustancia
pensante es el alma o el espíritu, cuyo atributo esencial es el pensamiento.
El yo es, pues, un alma, pero no en el sentido aristotélico de principio de vida de un cuerpo,
sino que es un espíritu puro totalmente distinto del cuerpo. Porque todavía Descartes duda
de la existencia de los cuerpos, pero ya está seguro de la existencia del espíritu. Así, el
espíritu es inmortal y se define como algo totalmente heterogéneo respecto al cuerpo. De
este dualismo se seguirá toda la problemática de la comunicación de las dos sustancias.
Por otra parte, este espíritu tiene ideas innatas. Posee, en particular, la idea de perfección,
es decir, la idea de Dios. De ahí afirma la existencia de Dios, que demostrará de tres
maneras.
En primer lugar, del yo, que es finito, no puede surgir la idea de Dios, que es infinito. Por
consiguiente, nuestra idea de lo infinito no puede tener otra causa que una realidad infinita.
Por tanto, existe Dios, como causa de la idea de Dios que existe en nuestro interior.
En segundo lugar, la causa de mi existencia no puede ser algo material, puesto que yo soy
pensamiento. Por otra lado, yo tampoco puedo ser causa de mi existencia. Si me hubiera
dado el ser a mí mismo, me hubiera hecho perfecto e inmortal, ya que quien puede dar el
ser, también ha de ser capaz de darse a sí mismo todas las perfecciones. Luego solo Dios
puede ser causa de mi existencia y, por lo tanto, existe.
Este argumento supone que Descartes juzgó a Dios como causa de sí mismo (“causa sui”),
a diferencia de toda la tradición filosófica anterior, que lo concebía como causa incausada.
Por último, Descartes ofrece una versión del argumento ontológico de San Anselmo.
Tenemos la idea innata del ser sumamente perfecto. Pero es más perfecto existir en el
pensamiento y en la realidad que solo en el pensamiento. Luego la idea de Dios no puede
existir solo en mi espíritu, sino también en la realidad. De no ser así, esa idea ya no sería la
del ser máximamente perfecto.
Descartes no se detuvo a analizar la esencia divina, ya que los atributos esenciales que
definen a Dios son muy claros: la perfección y la infinitud. Sin embargo, lo describió como
una sustancia eterna, inmutable, independiente, omnisciente, todopoderosa y creadora de
todas las cosas que existen.
A continuación, se propuso determinar en qué consisten los cuerpos. La primera idea clara
y distinta que aparece en nuestra mente referida a los objetos materiales es la extensión en
el espacio.
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