El primer concepto que Aristóteles trata de definir en su obra Política es el de ciudad, entendida
como la forma más elevada de organización política. Mientras que todas las asociaciones
humanas buscan alcanzar un objetivo concreto y limitado, la ciudad persigue el fin supremo,
que incluye a toda la comunidad: la felicidad de todos los ciudadanos. Para los griegos, la Polis
representaba la organización política perfecta, mientras que estructuras políticas más grandes
como el imperio no eran vistas por Aristóteles como formas de organización verdaderamente
libres. Aunque en su época ya existía el imperio de Alejandro Magno, para Aristóteles el modelo
político ideal seguía siendo la Polis.
Después de definir qué es la Polis y cuál es su finalidad, Aristóteles se propone explicar cómo
surge y por qué es necesaria. Todos los seres humanos tienden a asociarse para poder vivir, y la
primera asociación natural es la familia, creada para la procreación. Luego, varias familias se
agrupan para poder mantenerse, y de estas agrupaciones surgen los clanes familiares. Cuando
estos clanes empiezan a establecer leyes comunes para convivir, nace la ciudad.
El ser humano, según Aristóteles, es social por naturaleza, porque no puede vivir
completamente aislado. Quien rechaza la vida en sociedad solo puede ser un supra-humano
(como un dios o un héroe) o un infra-humano (como una bestia). Aunque otros animales
también viven en grupo, el ser humano lo hace en mayor grado, ya que, además de ser un
animal social, es también un ser racional. La razón lleva a los humanos a buscar lo que es justo,
y la justicia es una virtud que solo puede desarrollarse en sociedad. Por eso, el ser humano
necesita la vida en común no solo porque es social por naturaleza, sino también porque solo en
la vida social puede encontrar la justicia.
Así, para Aristóteles, la ciudad no es una creación artificial o por acuerdo, sino algo natural, y
más natural incluso que la familia o el individuo. Aunque la familia y el individuo existieran
antes que la ciudad en el tiempo, la ciudad es autosuficiente, mientras que ni el individuo ni la
familia pueden valerse por sí mismos. Además, la ciudad busca un fin completo, la felicidad,
que los individuos o las familias solo pueden buscar de forma parcial.
Sin embargo, no todos los seres humanos son ciudadanos. Para Aristóteles, ciudadano es aquel
que participa en el gobierno y en la administración de justicia. Es decir, alguien que puede
deliberar y tomar decisiones en los órganos de gobierno o actuar en los tribunales de justicia. En
la época de Aristóteles, esto no se reducía a votar ocasionalmente (como en nuestras
democracias representativas), sino a participar activamente en la vida política.
En esta definición no se incluyen ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros.
Las mujeres, aunque tienen razón, no la tienen tan desarrollada como los hombres, por lo que no
están capacitadas para participar en la política.
Los esclavos deben ser mandados, no mandar. La esclavitud, según Aristóteles, es una
institución natural y necesaria, porque sin ella los ciudadanos tendrían que encargarse de
trabajos que no son propios de hombres libres. El hombre libre (y por lo tanto, el ciudadano)
debe disponer de ocio para poder dedicarse a la virtud y a la vida política.
Los extranjeros tampoco participan de los derechos ciudadanos por no formar parte de la Polis.
Uno de los problemas más importantes de la ciudad es cómo gestionar las desigualdades, algo
que sigue siendo un tema muy actual. Todo el mundo reclama justicia, y cuando alguien se
, rebela contra el gobierno es porque lo considera injusto. Además, todos entienden la justicia
como una cierta igualdad, por lo que si la ciudad debe ser justa, debe saber administrar bien esas
desigualdades.
Pero Aristóteles aclara que la justicia no es una igualdad absoluta, sino relativa: tratar igual a los
iguales y desigualmente a los desiguales. La dificultad está en saber cuándo los ciudadanos son
iguales o desiguales y cómo tratar cada situación de forma justa.
Aristóteles distingue tres tipos de desigualdades que los políticos deben conocer y saber
equilibrar:
1. Desigualdad económica: los ricos piensan que deberían tener más poder político porque
aportan más recursos para mantener la ciudad.
2. Desigualdad en virtud: los más sabios o virtuosos creen que deben gobernar porque
saben mejor qué es lo justo y cómo lograr el bien común.
3. Desigualdad numérica: la mayoría (generalmente los pobres) considera que, por ser más
numerosos, debe tener más poder político que la minoría rica.
Estas desigualdades suelen provocar enfrentamientos, sobre todo entre ricos (pocos) y pobres
(muchos). Sin embargo, Aristóteles también afirma que todos los ciudadanos son iguales en algo
básico: ser hombres libres. Por tanto, el reto político es armonizar esta igualdad fundamental
con las desigualdades reales.
Según cuántas personas gobiernen, existen diferentes tipos de sistemas políticos. Aristóteles
diferencia tres formas correctas de gobierno y tres formas degeneradas:
Formas justas:
1. Monarquía: gobierna una sola persona, la mejor en virtud, buscando el bien común.
2. Aristocracia: gobierna una minoría de los mejores, también en beneficio de todos.
3. Politeia: gobierna la mayoría de los ciudadanos con vistas al bien común.
Formas degeneradas:
1. Democracia: versión corrupta de la Politeia, en la que la mayoría gobierna pensando
solo en su propio interés y perjudicando a los ricos.
2. Oligarquía: gobierno de los ricos, que buscan su propio beneficio y no el del conjunto
de la ciudad.
3. Tiranía: una sola persona gobierna para sí misma, sin tener en cuenta el bien común. Es
el peor régimen, porque está más alejado del objetivo de la ciudad.
En todos los sistemas políticos buenos, especialmente en la Politeia, es fundamental que exista
una clase media fuerte y numerosa, para evitar que la ciudad se divida entre ricos y pobres. No
pasa nada si hay algunos ricos y algunos pobres, pero si hay muchos de uno y muchos del otro,
el sistema se vuelve inestable. En cambio, si la mayoría de la población tiene lo suficiente para
vivir con dignidad, sin lujos ni miseria, entonces ni los ricos ni los pobres podrán dominar y
habrá más equilibrio.
La clase media garantiza la estabilidad del sistema político. En una ciudad donde todos tienen lo
necesario para vivir bien, no surge la envidia, y se consigue una cierta armonía social, que es
esencial para la paz y la convivencia.