MEDIEVAL
SAN AGUSTIN
➢ ANTROPOLOGÍA / PROBLEMA DEL HOMBRE
San Agustín considera al ser humano como una criatura única en la jerarquía
de la creación, por ser un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma).
Mientras que los ángeles son espíritu puro, el hombre vive en la dualidad entre
lo material y lo espiritual. Inspirado por la tradición platónica, San Agustín
otorga primacía al alma, que define como una sustancia espiritual, simple,
indivisible e inmortal. Esta inmortalidad se fundamenta en su naturaleza
indivisible, ya que al no tener partes no puede descomponerse. El alma es el
núcleo de la existencia humana y está dotada de tres facultades
fundamentales: Memoria: Permite al hombre recordar y reflexionar sobre su
vida y su relación con Dios. Entendimiento: Responsable de la comprensión,
dividida en razón inferior (relacionada con lo sensible) y razón superior
(orientada hacia lo divino). Voluntad: La capacidad de amar y tomar
decisiones morales, que tiene un papel central en la lucha entre el bien y el
mal.
El hombre, según San Agustín, está marcado por un deseo de trascendencia
que lo impulsa a buscar algo más allá de sí mismo. Esta búsqueda tiene su
culminación en Dios, único capaz de proporcionar la felicidad y el sentido
pleno de la existencia. Sin embargo, el pecado original ha dejado al hombre en
una condición ambigua: mientras su alma busca a Dios, está influida por el
cuerpo, lo que dificulta su camino hacia el bien.
San Agustín define el mal no como una sustancia, sino como una ausencia de
bien. Aunque el cuerpo no es intrínsecamente malo, puede convertirse en un
obstáculo para el alma debido a los efectos del pecado original. El libre
albedrío permite al hombre elegir entre el bien y el mal, pero la inclinación al
pecado hace que esta elección se incline frecuentemente hacia el mal. Por ello,
el hombre necesita de la gracia divina para alcanzar la auténtica libertad,
entendida como la capacidad de hacer exclusivamente el bien. En oposición al
pelagianismo, que afirmaba la capacidad natural del hombre para obrar
virtuosamente sin ayuda divina, San Agustín sostiene que sin la gracia, el
hombre solo puede pecar y alejarse de Dios. La salvación y la realización del
alma humana dependen exclusivamente de esta gracia, que guía al hombre
hacia la verdad y el amor en su camino hacia la salvación eterna.
1
, ➢ EL PROBLEMA DE CONOCIMIENTO
San Agustín concibe el conocimiento como un proceso orientado hacia la
verdad, donde la fe y la razón se complementan en una colaboración armónica.
La fe, fuente sobrenatural de conocimiento, se une a la razón, facultad natural
del ser humano, para revelar la verdad plena, que él identifica con el
cristianismo.
Según San Agustín: La fe ilumina a la razón: Es necesario creer para
comprender, ya que la razón humana, por sí sola, no puede responder a todas
las preguntas fundamentales sobre Dios, el mundo y el hombre. La razón
refuerza la fe: Comprender racionalmente la fe enriquece su contenido,
alejándose de una aceptación ciega o ignorante. San Agustín crítica el
escepticismo, que niega la posibilidad de alcanzar certezas, y defiende la
certeza de la experiencia interior. Proclama que, aunque alguien se equivoque
en todo, el hecho de existir y ser consciente de ello es innegable: “Si fallor,
sum” (si me equivoco, existo). Así, la autoconsciencia y la introspección son el
punto de partida para la búsqueda de la verdad, en un proceso que lleva al
hombre más allá de sí mismo, hacia la trascendencia.
El conocimiento, en San Agustín, sigue un esquema jerárquico: Conocimiento
sensible: Limitado, compartido con los animales, no es fiable debido a la
inestabilidad de las cosas materiales. Conocimiento racional inferior (Ciencia):
Se refiere al uso de la razón para juzgar y generalizar sobre los objetos
sensibles. Aunque es un conocimiento propiamente humano, sigue ligado al
mundo material. Conocimiento racional superior (Sabiduría): Es puramente
intelectual y contempla las verdades eternas e inmutables (las Ideas), que
residen en la mente de Dios. A diferencia de Platón, quien explica el acceso a la
verdad mediante la reminiscencia, San Agustín introduce la teoría de la
iluminación divina. Según esta teoría, las Ideas eternas no provienen del alma
humana, que es limitada y mutable, sino de la mente divina. Dios ilumina el
intelecto humano, permitiéndole comprender lo eterno e inmutable. Este
proceso, similar al papel de la Idea de Bien en Platón, actúa como una luz que
guía al intelecto hacia el conocimiento más elevado.
San Agustín justifica la necesidad de esta iluminación divina al señalar las
limitaciones del intelecto humano, incapaz por sí mismo de alcanzar la
plenitud del conocimiento debido a su naturaleza finita y temporal. La
intervención de Dios no anula la razón, sino que la eleva, ayudándola a
superar sus límites y alcanzar las verdades más profundas.
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SAN AGUSTIN
➢ ANTROPOLOGÍA / PROBLEMA DEL HOMBRE
San Agustín considera al ser humano como una criatura única en la jerarquía
de la creación, por ser un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma).
Mientras que los ángeles son espíritu puro, el hombre vive en la dualidad entre
lo material y lo espiritual. Inspirado por la tradición platónica, San Agustín
otorga primacía al alma, que define como una sustancia espiritual, simple,
indivisible e inmortal. Esta inmortalidad se fundamenta en su naturaleza
indivisible, ya que al no tener partes no puede descomponerse. El alma es el
núcleo de la existencia humana y está dotada de tres facultades
fundamentales: Memoria: Permite al hombre recordar y reflexionar sobre su
vida y su relación con Dios. Entendimiento: Responsable de la comprensión,
dividida en razón inferior (relacionada con lo sensible) y razón superior
(orientada hacia lo divino). Voluntad: La capacidad de amar y tomar
decisiones morales, que tiene un papel central en la lucha entre el bien y el
mal.
El hombre, según San Agustín, está marcado por un deseo de trascendencia
que lo impulsa a buscar algo más allá de sí mismo. Esta búsqueda tiene su
culminación en Dios, único capaz de proporcionar la felicidad y el sentido
pleno de la existencia. Sin embargo, el pecado original ha dejado al hombre en
una condición ambigua: mientras su alma busca a Dios, está influida por el
cuerpo, lo que dificulta su camino hacia el bien.
San Agustín define el mal no como una sustancia, sino como una ausencia de
bien. Aunque el cuerpo no es intrínsecamente malo, puede convertirse en un
obstáculo para el alma debido a los efectos del pecado original. El libre
albedrío permite al hombre elegir entre el bien y el mal, pero la inclinación al
pecado hace que esta elección se incline frecuentemente hacia el mal. Por ello,
el hombre necesita de la gracia divina para alcanzar la auténtica libertad,
entendida como la capacidad de hacer exclusivamente el bien. En oposición al
pelagianismo, que afirmaba la capacidad natural del hombre para obrar
virtuosamente sin ayuda divina, San Agustín sostiene que sin la gracia, el
hombre solo puede pecar y alejarse de Dios. La salvación y la realización del
alma humana dependen exclusivamente de esta gracia, que guía al hombre
hacia la verdad y el amor en su camino hacia la salvación eterna.
1
, ➢ EL PROBLEMA DE CONOCIMIENTO
San Agustín concibe el conocimiento como un proceso orientado hacia la
verdad, donde la fe y la razón se complementan en una colaboración armónica.
La fe, fuente sobrenatural de conocimiento, se une a la razón, facultad natural
del ser humano, para revelar la verdad plena, que él identifica con el
cristianismo.
Según San Agustín: La fe ilumina a la razón: Es necesario creer para
comprender, ya que la razón humana, por sí sola, no puede responder a todas
las preguntas fundamentales sobre Dios, el mundo y el hombre. La razón
refuerza la fe: Comprender racionalmente la fe enriquece su contenido,
alejándose de una aceptación ciega o ignorante. San Agustín crítica el
escepticismo, que niega la posibilidad de alcanzar certezas, y defiende la
certeza de la experiencia interior. Proclama que, aunque alguien se equivoque
en todo, el hecho de existir y ser consciente de ello es innegable: “Si fallor,
sum” (si me equivoco, existo). Así, la autoconsciencia y la introspección son el
punto de partida para la búsqueda de la verdad, en un proceso que lleva al
hombre más allá de sí mismo, hacia la trascendencia.
El conocimiento, en San Agustín, sigue un esquema jerárquico: Conocimiento
sensible: Limitado, compartido con los animales, no es fiable debido a la
inestabilidad de las cosas materiales. Conocimiento racional inferior (Ciencia):
Se refiere al uso de la razón para juzgar y generalizar sobre los objetos
sensibles. Aunque es un conocimiento propiamente humano, sigue ligado al
mundo material. Conocimiento racional superior (Sabiduría): Es puramente
intelectual y contempla las verdades eternas e inmutables (las Ideas), que
residen en la mente de Dios. A diferencia de Platón, quien explica el acceso a la
verdad mediante la reminiscencia, San Agustín introduce la teoría de la
iluminación divina. Según esta teoría, las Ideas eternas no provienen del alma
humana, que es limitada y mutable, sino de la mente divina. Dios ilumina el
intelecto humano, permitiéndole comprender lo eterno e inmutable. Este
proceso, similar al papel de la Idea de Bien en Platón, actúa como una luz que
guía al intelecto hacia el conocimiento más elevado.
San Agustín justifica la necesidad de esta iluminación divina al señalar las
limitaciones del intelecto humano, incapaz por sí mismo de alcanzar la
plenitud del conocimiento debido a su naturaleza finita y temporal. La
intervención de Dios no anula la razón, sino que la eleva, ayudándola a
superar sus límites y alcanzar las verdades más profundas.
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